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30 de abril de 2011

DOMINGO DE RESURRECCIÓN



ENCUENTROS Y FIESTA DE LA ALEGRÍA

Como seguramente sucedió a las mujeres camino del sepulcro de su Jesús querido, levantarse por la mañana el domingo de Resurrección es una experiencia que invito a realizar cada año. Tras una semana de diez días especialmente intensa, algo confusa por circunstancias ajenas, con la gran carga visual, emocional e intensísima en lo que acontece al espíritu, hoy he dispuesto mi alma rumbo a los Poblados Marítimos en general.

Tres encuentros gloriosos me esperaban en el programa preparado a conciencia y todo se ha cumplido. Primeros detalles en el Canyamelar con Cristo y la Virgen bajo la lluvia de pétalos de rosa, acompañados por vítores, pólvora, aplausos y música de gran solemnidad en honor del Resucitado y su Madre, de blanco y dorado de fiesta grande.

En el Cabanyal, la visión desde un balcón de providencia me permite captar a la Virgen de los Dolores junto a todo el barrio mientras escuchan la Palabra de Dios que muestra a Jesús Resucitado, allí presente en un encuentro memorable. Mi corazón se abre a la mayor alegría de esta travesía cuando los granaderos liberan a María del velo de su desolación: ¡ Cristo vive ¡

Más tarde llega la experiencia en el Grao, con el memorial por los seres queridos en el puerto.
La corona de laurel que tomará el mar Mediterráneo precede a Jesús de Medinaceli vestido con túnica blanca de resurrección, que brilla al sol de la mañana de Pascua poco antes del mediodía.

Me dispongo a completar la ruta prevista hace ya muchos días. Y comienza un gran desfile de gala, pleno de color y alegría desbordante. Es el contraste con la tarde de viernes. Aquí destaca el ritmo trepidante, la música contagiosa y pegadiza que invita al aplauso con que cientos de valencianos, vecinos de todos los barrios marineros y muchos turistas, acogen el paso de personajes bíblicos, bandas de música y miembros de todos los colectivos participantes en esta gran experiencia semanasantera valenciana.

Renovados semblantes de gozo, expresan cada flor que regalan mayores y pequeños sin ceder la marcha por las calles del Marítimo: es la alegría por la Vida que nos trae la Pascua. Nuevamente un balcón cedido de corazón permite una panorámica que no dudo en inmortalizar como testimonio personal de la magnitud de esta fiesta y tradición valenciana.

Se acerca el final, lo intuyo. Vuelvo al inicio, aquella plaza del Rosario donde la tamborrada del jueves en la Retreta marcaba el inicio de un periodo de reflexión personal y me abría las puertas de un camino ávido de imágenes y palabras con sentimiento y flash. Apenas unas calles más acompañando a la Hermandad del Santo Sepulcro que, en la plaza de la Cruz, promueve la original silueta del caracol, tradicional convocatoria para la despedida final abierta a la fraternidad en un nuevo encuentro glorioso.

Más que el fin, siento que esto es el comienzo de un camino nuevo. El equipo fotográfico ha respondido bien, las tarjetas de memoria han asimilado experiencias sublimes, las baterías han entregado todo su potencial, la bici ha resultado vital para transportarme por la cubierta tantas veces y en todas las direcciones posibles. Observo el frágil recipiente – en otras palabras, mi corazón - rebosante de sentimientos a valorar.

Marcho de la Semana Santa Marinera convencido de que ha valido la pena entregar once días para recoger una porción de esperanza. Como suele decir un católico coherente que conozco y al que admiro también por su música, “Él va siempre delante y nos guía en el camino que lleva a la eternidad”.


¡ FELIZ PASCUA ¡


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