Las imágenes que ilustran el artículo del historiador y bibliófilo Rafael Solaz Albert son de estos escaparates que mima con dulzura Am paro, su alma mater.
LA MOCADORÀ EN EL RITUAL AMOROSO
Fiesta del 9 d’octubre
En todas las públicas solemnidades,
en las fiestas y en los regocijos públicos los dulces han ido unidos al
ceremonial incrementando su elaboración, variedad y consumo. El pueblo
valenciano, goloso por excelencia, se ha identificado con el calendario festivo
y el consumo de dulces como pareja inseparable distinguiendo, en ocasiones, una
dulcería propia para cada celebración.
Esta costumbre gastronómica no fue
ajena a la festividad que nos ocupa. En la procesión general que celebraba la
conquista de Valencia participaban todas las instituciones gremiales, y ya era
habitual lanzar dolços i pastissets
al público asistente. Algunos gremios obsequiaban a las viudas del oficio con
diversas confituras, caso de los Guanteros que, en 1638, destinaron para tal fin una libra y media de
confitura y dulces. La contraposición vendría dada por los Molineros que,
esparciendo gran cantidad de harina, causaban un especial alborozo entre la
gente.
Los Curtidores portaban los
estandartes y leyendas acostumbradas. Entre los participantes destacaba, por su
novedad, un hombre con vestidura de león asido a un palo y dos sátiros a su
lado con un arma para dominarlo y contenerlo cuando quería hacer algún daño en
las confiterías, hornos o tiendas en las que hubiese géneros comestibles. Este
“asalto” a las confiterías era bastante común, sobre todo por los niños,
convertidos en una especie de extorsionadores que se contentaban con recibir un
buen puñado de llepolies.
A mediados del s. XVIII existían en
la ciudad seis maestros pasteleros y tres oficiales, a juzgar por una poesía de
1755 en la que se dice: “Gremio de pocos maestros, pues en esta ciudad sólo son
nueve, y los tres de ellos son oficiales…” Pese a todo, las confiterías competían
en presentar las genialidades que más llamaran la atención, confeccionando
artísticas figuras hechas de mazapán. Representaban frutas comunes que eran
expuestas junto a una barroca decoración en los expositores del
establecimiento.
Como ritual amoroso representaba una
ofrenda por la cual los novios obsequiaban a sus amadas con frutas de
temporada, siempre coincidiendo con las fiestas patronales o las llamadas festes de carrer. Si era la primera vez
que un pretendiente quería expresar su amor a una joven, esta dádiva constituía
la tarjeta de presentación ante ella y su familia. Si el
chico ya era reconocido como novio oficial el acto se convertía en toda una
reafirmación del amor profesado a la dama en cuestión. En un principio se
obsequiaban frutas frescas y frutos secos depositados en un pequeño cesto.
Más tarde se pasó a regalar dulces
que sustituían a las frutas, como el citronat
(limoncillo) así llamado porque el almíbar hacía relucientes las tajadas de
limón o calabazate, unos pastelillos confeccionados con mermelada, carabassa, confitura o jalea,
magdalenas, rollets d’anís,
espejuelos o pastas similares a las cascas. Posteriormente, el ingenio hizo que
estas golosinas se presentaran en figuras, normalmente frutas, hechas de
mazapán recubierto de azúcar glas y pintadas con vivos colores con el fin de
parecerse a las naturales. Al ocupar menos espacio se sustituyó la cestita por
un vistoso pañuelo de batista o de seda normalmente comprado para la ocasión.
Hasta llegar a la mocadorá, la piuleta y
el tronador, dulces costumbres que, como ritual inalterado, todavía
perduran.
Rafael Solaz
Aquí están todas las fotografías de la visita a "DULZUMAT" :
LA MOCADORÀ EN FOTOS
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