CAPÍTULO
6.-
“Acompañarte
siempre, a ti que me guías”
Pasadas las nueve y media de la mañana tomo una decisión
que resultará vital. Decido entrar en la Basílica para vivir desde el interior los
momentos previos a la salida de la imagen de la Virgen para el Traslado. Una
espera en dos fases con una hora por delante que se concreta en apenas dos o
tres fotografías. Previamente la imagen peregrina de la Virgen había sido
bajada por un grupo de seguidores desde
su lugar reservado habitual hasta situarla delante de la capilla de San José y
quedándose muchos de ellos rodeando el anda hasta el final; al llegar, junto a
ella ya están ubicados en una piña el conjunto de los eixidors, con su característica camiseta naranja cada vez más
moderna. Es tiempo de instrucciones, preparativos y también de meditación
personal, si bien resulta complicado ese tiempo de silencio respetuoso que se
pide desde la organización y no todos cumplen.
Son las diez y las puertas se abren. Una avalancha invade
el espacio restante y durante media hora la Virgen recibe muestras de cariño y
devoción. Es la previa de lo que será cada paso posterior en el traslado.
Y llega la hora. Nuevamente las nueve campanas de la catedral realizan volteos generales para anunciar la salida de la imagen, como harán al llegar a la calle del Miguelete y cuando la Virgen llegue a la catedral. Mi ubicación a las diez y media es ya en
el exterior, a pocos metros de la puerta de la Basílica por la que sale la
Virgen en medio de una explosión de júbilo. El manto azul y el sol de la mañana
se funden en el gozo de tantas personas
que desean acercarse, tocarla, expresarle sentimientos de un año esperando ese
momento tan especial. Es el Traslado desde el santuario hasta la catedral,
rodeando la plaza por detrás de la fuente, calle del Miguelete hacia abajo.
Un primer instante con mucha tensión en el que veo peligrar
mi integridad por estar demasiado cerca del grupo principal. La cámara y los
disparos en ráfaga sin mirar muestran cómo fue el inicio, si bien pasados esos
larguísimos segundos todo se reorienta de forma positiva. La distancia de
seguridad que me marco resulta casi siempre excesiva y el corazón me pide
acercarme una vez y otra a la Virgen: capto algunas imágenes de ensueño que ya
son historia personal de la fiesta.
Cuando paso bajo la gran torre campanario de la catedral
rememoro años de balcones diversos, fotografías con multitudes aclamando a la
Virgen con pétalos y versos de encanto mariano. Ahora yo estoy aquí, lo más
cerca que puedo y la veo entrar a pocos metros por entre las rejas de la Puerta
de los Hierros: estoy cumpliendo un sueño, porque mi postal histórica desde lo
alto en ese mismo sitio queda superada por la fotografía de la Virgen y a su
lado el Miguelete hasta el cielo.
Queda el momento culminante, ya vivido con la imagen
peregrina en muchas parroquias y poblaciones valencianas: la entrada hasta el
altar mayor. Pero en este caso se trata de la Seo, la casa principal, y la
experiencia se multiplica hasta llegar a una plenitud sin palabras. El Traslado
ha sido rápido y sin incidentes, bien coordinado, con la dignidad que merece la
Mare de Déu que ya está situada en el
altar de la catedral, que está llena como nunca.
Hacia las doce del mediodía, tras ser aclamada por una
multitud tras la mesa del altar mayor durante muchos minutos, la Virgen preside
la eucaristía que celebra el arzobispo Carlos Osoro. Sigue siendo María a los
pies de la Cruz y Madre de los Desamparados como propuesta para la vida
cotidiana. Ella, a quien vale la pena acompañar donde vaya; porque siempre
tendrá el acierto de indicarnos en el momento preciso: “Haced lo que Él os diga”.
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