CAPÍTULO
7.-
“Un
rosario de pétalos y fervor mariano”
En una reciente visita a la portería del convento de San
José, el humilde fraile capuchino fray Conrado me regaló uno de esos preciosos
rosarios que nacen de sus manos y del don artístico y divino que tantos años
lleva cultivando. Al entregármelo, Fray Conrado me recordó lo importante que es
dignificar una procesión y aún más la de la Virgen. Me vino a la mente su
relato cuando contaba de aquel mal periodista que retransmitía cada año el Corpus
en plena calle y que al verle -unos metros antes de la llegada del Santísimo
Sacramento- grita a los cuatro vientos: “Ahí viene un santo, ahí viene…”. Así,
pocos años después de conocerle en la calle de Caballeros, fray Conrado dejó de
participar en las solemnes procesiones del centro histórico.
Descansar apenas dos horas en ocasiones da para mucho. He
podido optimizar el tiempo, procesar las fotos de la Misa de Infantes y del
Traslado, cargar las baterías y tomar fuerzas. Queda una larga tarde-noche con
el reto final del día, porque el cansancio acumulado no da tregua y sólo mi
proyecto espiritual motiva lo suficiente como para obviar sensaciones de fatiga
y, por qué no reconocerlo, ciertos atisbos de agotamiento general.
La tarde no resulta calurosa y la luz es buena. Tomo conciencia
de que lo importante de este periodo vespertino es seguir captando esencias
marianas para tratar de transmitir con la mayor pureza una experiencia personal
lo más espiritual posible.
Una campana solitaria suena en el Miguelete. Son las seis y
el Andreu indica el comienzo de la
procesión. Junto a la Puerta de la
Almoina de la catedral hay como cada año una concentración de falleras que
preceden a la comitiva oficial. Pero mi primer movimiento en la tarde es la
visita a la Virgen en la capilla de San Francisco de Borja de la catedral; allí
el anda recibe los últimos retoques, con adornos florales que dejan más bella
si cabe la presencia de María en los instantes previos a la procesión. Aprovecho
la posibilidad de entrar en la capilla que aún tiene la reja cerrada y le
ofrezco a la Virgen estas dos horas con Ella por las calles de Valencia. Junto
a mi cámara siento el rosario del fraile capuchino, que me recuerda a cada
momento lo que estoy haciendo y su por qué.
Ya en la plaza, las falleras y sus acompañantes han
iniciado el recorrido por delante del tapiz y en presencia de unidades
militares de infantería. En última instancia salen Carmen y Claudia con sus
cortes de honor. Y al poco, por la Puerta de los Apóstoles, asociaciones, hermandades, cofradías y otros colectivos
representativos del mundo cultural, social y religioso de la ciudad inician su
marcha que culmina con la salida de los seminaristas, la Escolanía y –por fin-
a las siete de la tarde surge de la oscuridad por el bellísimo marco gótico la
imagen peregrina de la Virgen de los Desamparados. La acompaña la corporación
municipal, con quien dará un giro de honor en el centro de la plaza antes de
proseguir su camino.
Me permito reflexionar unas palabras sobre la forma de
vestir de diversas personas de los colectivos precedentes, dadas más al
indecoroso lucimiento personal, así como al modo de participar en la procesión
como antesala del paso de la patrona. Tal vez haya motivos de pararse a pensar
a qué va cada uno a un acto solemne y religioso como éste y si le otorga un sentido
espiritual más allá de un recorrido por el centro histórico. En todo caso, siempre
queda una mayoría coherente.
Motivado por el rosario que llevo en la bolsa, este año he
marcado mentalmente el recorrido con cinco puntos de encuentro. Así,
Caballeros, plaza del Tossal, Bolsería, Mercado y Avellanas permiten que tenga
presencia lo esencial de mi trabajo. Un solo balcón –un clásico, por cierto-
para asegurar momentos excepcionales y una visión general de la procesión. El
resto son paradas puntuales en sitios estratégicos con pétalos por doquier y la
Escolanía entonando cantos a la Virgen.
El núcleo central en torno a la Virgen comienza con el
cabildo catedralicio. Los brazos del anda son para los sacerdotes, a los lados
van los seguidores, seguidos por el arzobispo,
obispos invitados, la archicofradía, las autoridades y en la retaguardia el ejército,
seguidos de fieles devotos hasta donde alcanza la vista.
Es obligado citar los incidentes que año tras año provoca
la presencia de cámaras de fotos, video y equipos varios con el loable deseo de
captar “todo” y en múltiples momentos del paso de la Virgen. A fecha de hoy
nadie ha podido controlar el acceso, la presencia coherente y discreta, de personas
que aún acreditadas y otras muchas no, entorpecen con su forma de actuar y mal
comportamiento, una solemne procesión como ésta. En tantos sitios o eventos
similares no tendrían acceso, resultando vergonzoso y perjudicial para la
imagen que se percibe de los comunicadores que tratan hacer una labor de
difusión con respeto y sentido de la vivencia espiritual que convoca a todos.
Pasadas las nueve la Virgen regresa a su Basílica y mi
última fotografía es verla entrar por la puerta principal. La última oración y
el Himno de la Coronación culminan más de cincuenta horas desde las lejanas
Vísperas con las que comenzó la fiesta. Sigue el programa con misas y mucha
intenciones, todas ellas para la patrona, la Madre que nos inspira tanto cariño
y fervor en la vida cotidiana.
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